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Testigos españoles del infierno nazi

Aunque 4.427 presos fallecieron en los campos de concentración de Mauthausen y Gusen, otros tantos vivieron para narrar las barbaridades que sufrieron

Supervivientes de los campos de concentración nazis ABC / Vídeo: Las 'piedras de la memoria' recuerdan en Madrid a las víctimas españolas del nazismo
Manuel P. Villatoro

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La vida es pasajera; la memoria es eterna. La semana pasada, el Boletín Oficial del Estado se convirtió en uno de los centinelas que, más de siete décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial, luchan por evitar que el terror que se vivió en los campos de concentración nazis caiga en el olvido. Lo consiguió con la publicación de una lista en la que se enumeran, uno a uno, los 4.427 españoles que fallecieron en Mauthausen y Gusen (dependiente del primero); dos de los centros de muerte más terroríficos que el Tercer Reich levantó en Austria. Tras cada nombre existe una historia inolvidable. Sin embargo, como ellos hubo otros tantos miles de compatriotas que lograron escapar de aquel infierno y pudieron narrar al mundo las barbaridades que sufrieron allí. Desde Virgilio Peña hasta Marcial Mayans.

Un español en la Resistencia

Cuando fue deportado a Alemania, Virgilio Peña Córdoba lucía ya unas incipientes entradas en su cabellera. También estaba todo lo bien nutrido que un hombre de su época podía estar. Sin embargo, poco después (cuando los aliados liberaron el campo de concentración de Buchenwald, donde había permanecido preso algo más de un año) su peso corporal había descendido hasta los 42 kilos. Allí, como él mismo solía recordar, no solo se dejó peso, sino parte de su vida. «Yo no tengo nada, la carne se quedó en Buchenwald y la sangre en los campos de batalla. Solo me quedan el pellejo y los huesos que están aquí, pero mi mente y mi corazón han estado con el pueblo español», afirmó en un ocasión.

Peña vino al mundo en Espejo (Córdoba) en 1914. Tal y como se explica en «Andaluces en los campos de Mauthausen» (Centro de estudios andaluces, 2006), cuando la República fue proclamada ya era conocido por participar en manifestaciones de izquierdas. Luchó en la Guerra Civil y su último combate lo libró en Cataluña, desde donde se vio obligado a cruzar la frontera. En Francia esperaba encontrar la salvación. No obstante, se dio de bruces contra un gobierno que internó a los exiliados en campos de concentración. Solo logró salir de allí tras enrolarse en las Compañías de Trabajadores Extranjeros. Con ellas acabó en Burdeos, donde contactó con las células de resistencia que el Partido Comunista había organizado en la zona. Así, este andaluz empezó a perpetrar pequeños (aunque determinantes) sabotajes en la base de submarinos en la que le obligaban a colaborar.

Virgilio Peña Córdoba, el segundo por la izquierda, en 2008 Virginia Requena

No le fue mal. Por desgracia, en marzo de 1943 fue delatado por uno de sus compañeros. La temible Gestapo le cazó y, después de aguantar severas torturas, fue entregado a las autoridades alemanas. Estas, a su vez, le encerraron en el campo de concentración de Buchenwald (cerca de Leipzig) el 19 de enero de 1944. Allí vivió un auténtico calvario. Peña, el preso número 40.843, vio como los nazis transportaban los cadáveres de miles de personas hasta los hornos. Fue liberado por los aliados en abril de 1945. Tuvo la suerte de sobrevivir y de que le dedicaran una calle en Espejo, algo que le «emocionó más que nada».

El ángel con bigote

Igual de heroica es la historia de Marcial Mayans Costa . Este catalán, famoso entre sus compañeros por lucir siempre bigote, nació en Barcelona en 1920. Como Peña, cuando comenzó la Guerra Civil se decidió a combatir con la República. Lo llamativo es que lo hizo a pesar de que era aún muy joven. «Como tenía bigotito, le ponía un poco de carbón para que pareciera un poco más oscuro y pasar por 18 años», afirmó el futuro superviviente en una entrevista concedida para el libro «Los últimos españoles de Mauthausen» (Ediciones B, 2015). Aunque, también como su colega, tuvo que huir a Francia tras el fin de las hostilidades. Allí se unió al ejército galo.

Durante el avance del Tercer Reich , en 1940, fue capturado y enviado al stalag IX-B Wegscheide/Bad Orb, un campo de prisioneros de guerra en Alemania. Escapó de allí, pero fue capturado por la Gestapo y deportado al campo de Mauthausen. Allí, nada más llegar, fue despojado de su humanidad. Los nazis le quitaron la ropa, le raparon y le desinfectaron como si fuera un animal. «Yo no era Marcial Mayans. No era nada. Solo era el 9.057». El discurso que el segundo responsable del campo dio a los reos terminó de destrozarle. «Vosotros, que habéis entrado por esa puerta, solo podréis salir por allí», espetó mientras señalaba a la chimenea de un crematorio.

Poco después, Mayans fue destinado al subcampo de Ebensee , donde colaboró en la construcción de unos gigantescos túneles subterráneos; aunque consiguió eludir parte del trabajo gracias a que hablaba varios idiomas y los alemanes recurrían a él para hacer traducciones. En mayo de 1945 utilizó esos conocimientos para ayudar a sus compañeros. Tras pasar semanas con los guardias se enteró de que, ante la inminente llegada del ejército aliado , los nazis pretendían encerrar a todos los reos en las galerías y volarlas con ellos dentro. El día 5, cuando el oficial al mando les ordenó dirigirse a su tumba de tierra, él y el resto de intérpretes ordenaron a sus 18.000 compañeros ir a las barracas. Los miembros de las SS se quedaron tan asombrados por aquello, y el enemigo estaba tan cerca, que abandonaron el recinto sin perpetrar más asesinatos.

Contra el olvido

Tan importantes como Peña y Mayans fueron otros supervivientes españoles que se propusieron dejar constancia de la barbarie de los campos de concentración. De todos ellos, Antonio Muñoz Zamora fue, sin duda, uno de los que más trabajó para divulgar lo sucedido. «A mi lo que me satisface es recordar. Y no porque valga especialmente lo que digo, sino para que el pasado no quede en el vacío, para que el mundo se entere de lo que un superviviente de los campos nazis ha vivido, cosas que sean de provecho para la humanidad», afirmó en una entrevista posterior.

Antonio Muñoz Zamora, superviviente del campo de concentración de Mathausen, no olvida el olor de los muertos ABC

Muñoz nació en Melilla en 1919. Se alistó en el ejército republicano, tuvo que exiliarse a Francia y pasó por varios centros de internamiento. Cuando logró la libertad intentó colaborar con la Resistencia , pero fue capturado. El 18 de junio de 1944 fue llevado en un gigantesco convoy de tren hasta Dachau junto a otros 2.139 hombres. «En los vagones había que hacerlo todo. Había quien se bebió la orina porque no nos daban agua», afirmó. Desde allí fue enviado a Múnich para apartar de las calles las bombas sin estallar que quedaban tras los ataques aliados. Poco después pasó a Mauthausen, donde fue testigo de cientos de muertes. Aunque si hay algo que jamás pudo olvidar fue el hedor del lugar. El de la muerte y el de los cadáveres calcinados. «Era un martirio constante».

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