El futuro del Antic Teatre

Proteger lo intangible

La sensibilidad cultural no es una cosa que se pueda exigir. Que quien la tiene esté dispuesto a cobrar menos de la mitad de lo que pensaba es su problema, no el del propietario del local

Mágico 8El jardín del Antic Teatre, un remanso de paz para tomar algo y charlar.

Mágico 8El jardín del Antic Teatre, un remanso de paz para tomar algo y charlar.

Isabel Sucunza

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Cuando montamos la Calders, nuestro asesor de empresa, Joan (amigo jubilado, curtido en hacer planes de expansión para, entre otros, grupos de restauración que buscaban sitios donde abrir nuevas franquicias), al ponerse con las previsiones de números, nos preguntó cuánto queríamos cobrar. “Inventáoslo”, nos dijo. Respondí: “¡3.000 netos!”. Él sumó todos los gastos (alquiler, sueldos, impuestos...) y preguntó: “¿Cuántos libros tendríais que vender al mes para cubrir todo esto?”. Vimos que era imposible.

Joan sabía que no queríamos montar otra cosa que no fuera una librería, así que ni nos planteó hacer un nuevo estudio de mercado para ver qué otro tipo de negocio nos convenía más para llegar a aquellos 3.000 euros de sueldo y más allá: nuestras prioridades eran otras y, como todas las relacionadas con la cultura, presentaban un alto nivel de intangibilidad.

En el crudo mundo de los negocios, lo intangible es difícil de contabilizar, por no decir que no cuenta, directamente.

La <strong>entrada </strong>para una función en el <strong>Antic Teatre</strong> nunca cuesta más de 10 euros, y es con estos 10 euros con los que el Antic tiene que pagar sus gastos. No pueden ir al propietario del local y decirle que ese mes le pagarán con un puñado de tuits de espectadores satisfechos porque, al ver uno de los montajes de su cartelera, han creído entender la vida desde un punto de vista que hasta ahora no tenían en la cabeza, o se han sentido consolados, o se han reído como locos, o han salido del teatro con otra energía.

Que el propietario de un local quiera hacer negocio es la cosa más fácil de entender del mundo tal como el mundo está montado ahora mismo. La sensibilidad cultural no es una cosa que se pueda exigir. Que quien la tiene esté dispuesto a conformarse con menos de la mitad de la primera cifra que le venga a la cabeza cuando piensa cuánto querría ganar al mes es su problema, no el del propietario del local.

Sí que debería ser un problema urgente de las instituciones, simplemente porque si no se ofrece una cierta protección ante el mercado, nadie nunca arriesgará con una iniciativa cultural. Y todo eso que perderemos.