Podemos

Moncloa deja a su suerte a Iglesias: “Que se defienda y se explique”

El presidente no condena los ataques a la prensa pero recuerda que él «nunca los ha hecho». En el Gobierno creen que la «fragilidad» del líder morado «da tranquilidad» al Consejo de Ministros

Durante siglos, la tradicional matanza se realizaba en los pueblos por San Martín, aprovechando la llegada de los fríos que suelen arribar a España precisamente a principios de noviembre. De ahí, el dicho: «A cada cerdo le llega su San Martín», del refranero castellano, cuyo sentido no alude, por supuesto, a la llegada de la muerte sino algo así como que «cada cual, tarde o temprano, recibe el justo pago a sus acciones». Sería algo así como una especie de «karma hispánico». Y algo así debe estar pensando más de uno en La Moncloa.

Desde la constitución del bipartito, Pablo Iglesias y sus ministros de Podemos han mantenido tensiones en el seno del Gobierno. El objetivo, evitar quedar diluidos ante el protagonismo de Pedro Sánchez y la mayoría del Ejecutivo socialista. La primera gran tensión fue la aprobación de la Ley de Igualdad, que levantó resquemores en el bando socialista, que obligó a la vicepresidenta Carmen Calvo ha marcar posición. El pulso lo ganó Podemos, pero no gustó ni una pizca en el PSOE.

El segundo pulso puso de manifiesto el «disgusto» por parte de Moncloa por lo que llamaron «la deslealtad» de Podemos. Filtraciones a cuenta de la Renta Mínima, polémicas en torno a las decisiones sobre los Expedientes de Regulación y, en general, sobre las medidas que iba aplicando el Ejecutivo, levantaron ampollas algunas veces muy mal disimuladas. Las ministras, María Jesús Montero y Nadia Calviño tuvieron que hacerse oír en varias ocasiones para poner coto a las aspiraciones de Podemos, que eran filtradas como debates en el seno del Gobierno.

Margarita Robles fue la encargada de poner en su sitio las insinuaciones de «instigación de golpe de estado». Marlaska se quedó sólo antes los ataques de la oposición sin que Iglesias y los suyos le dieron un punto de apoyo, al igual que José Luis Ábalos durante la crisis de la vicepresidenta venezolana en el aeropuerto de Barajas. Y José Luis Escrivà mantuvo su propio cuerpo a cuerpo con Iglesias, y con Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo en todas las medidas sociales que el Gobierno ponía en marcha. O las tensiones sobre los decretos de alarma que se publicaban en el límite y generaban incertidumbre en el mundo económico.

Los debates que se han suscitado en los últimos meses llegaban incluso en momentos que significaban todo un balón de oxígeno a la oposición y, sobre todo, eran entendidos como la traslación de una mala imagen del Ejecutivo en momentos de máxima tensión por el coronavirus. Toda la obsesión de Podemos, según lo contemplan desde filas socialistas, era fijar imagen de que «Podemos era la garantía de la aplicación de medidas sociales. De que sin Podemos, el Gobierno socialista haría otras políticas». El máximo exponente de esta situación fue la vuelta de Iglesias a La Moncloa saltándose el confinamiento. Al final, desde Moncloa buscaron una argumentación adecuada para que el desplante no fuera a mayores.

Sin embargo, la situación se ha dado la vuelta como un calcetín. El caso de Dina Bousselham ha dejado al vicepresidente contra las cuerdas. A pesar de estar en campaña electoral, Pablo Iglesias prácticamente ha desaparecido y solo ha sido capaz de argumentar que el caso Dina «es un intento más de sacar a Podemos del Gobierno». Lo dijo en la única entrevista que ha concedido desde que estalló la crisis a RNE. Sus explicaciones han recibido duras críticas desde las filas socialistas por «machistas».

Iglesias elude la actividad pública a pesar de estar en plena campaña electoral en Galicia y en Euskadi, donde los resultados previstos de los morados no son buenos. Las Mareas se retiran en Galicia arrolladas por el Bloque Nacionalista Gallego y por el PSOE, que volverá a la segunda posición, y liderará la oposición a no ser que se produzca una mayúscula sorpresa que evite la cuarta mayoría absoluta de Núñez Feijóo, y en Euskadi se diluye como un azucarillo pasando a la cuarta posición.

El silencio de Moncloa y de los ministros socialistas en el «caso Dina» es estridentemente ensordecedor. «El vicepresidente ya se ha expresado con claridad», dijo el portavoz en el Senado, Ander Gil, que solo añadió: «Me voy a remitir a las respuestas que ha dado». Más estridente ha sido Yolanda Díaz, el valor en alza en Podemos, que no ha salido en defensa de su jefe. En la sesión de ayer en el Senado, Díaz dijo: «No voy a responder sobre cosas que no tengan que ver con el Ministerio de Trabajo». Nadie más ha dicho ni una palabra de apoyo. En Moncloa y en el Gobierno se han puesto a ver la corrida tras el burladero. Todo parece indicar que Iglesias está solo.

El propio vicepresidente afirmó en la mencionada entrevista que tenía el apoyo del presidente cuando se le inquirió por el tema: «Solo faltaría». Sin embargo, el presidente no ha dicho ni una sola palabra. En Moncloa hay preocupación por el impacto de esta crisis, pero de momento se ha puesto en marcha el librillo de resistir a «los ataques, muchas veces desmedidos de la oposición», como los que sufrieron Marlaska, Ábalos, Illa o Carmen Calvo, recuerdan. Cierre de filas sí, pero con escaso ardor guerrero en la defensa, dejando al vicepresidente a la intemperie. No se le ataca, pero se deja que le ataquen. «Que se defienda y se explique», apuntan fuentes gubernamentales. De alguna forma, la soledad y la debilidad de Iglesias beneficia a la contraparte en el Ejecutivo: a Sánchez y al PSOE. «El Gobierno está tranquilo», afirman fuentes socialistas, aunque entienden que «la situación de fragilidad» le viene bien al Ejecutivo porque se rebajan las tensiones internas y se puede trabajar con más tranquilidad».

Estas mismas fuentes entienden que, «a pesar del ruido mediático, no habrá imputación», pero las continuas filtraciones dejan al muy ufano vicepresidente del Gobierno solo ante una situación envenenada. Su obsesión por marcar perfil propio ha desaparecido para satisfacción de Pedro Sánchez y del partido socialista. No se evidencia en palabras, se evidencia en hechos. Muchos piensan que Iglesias está viviendo su propio San Martín y está pagando cara «su arrogancia».