Las tareas del duelo

La visión de la psicóloga

Quién más, quién menos habrá oído hablar de las fases del duelo y posiblemente incluso conozca o haya leído alguna de las obras de Elisabeth Kübler-Ross, una psicóloga suizo-americana que en 1969 publicó On Death & Dying (Sobre la muerte y los moribundos).

Pero hoy me propongo actualizar las ideas sobre el duelo, precisamente ahora que tantas personas se enfrentan a la muerte de un ser querido y que como país estemos viviendo un duelo colectivo.

Lo primero es aclarar que vivir la muerte de un ser querido no tiene por qué acabar siendo una patología. El duelo es el precio que pagamos por establecer vínculos significativos, con mascotas e incluso con proyectos. Duele, duele mucho. Pero los estudios nos dicen que entre un 10 y un 15% de los dolientes van a desarrollar un duelo complicado o patológico, mientras que los demás vivirán un duelo funcional.

Lo segundo es sustituir la idea de las fases por la de las tareas del duelo. De hecho, cuando Kübler-Ross en sus obras iniciales hablaba de fases, se refería al proceso por el que transita una persona cuando va a morir. Sin embargo, cuando ha fallecido alguien al que queremos, lo pertinente es hablar de tareas del duelo. Fase suena a algo relacionado con el paso del tiempo; tareas implica trabajo. Y cómo me dijo un día un adolescente de 15 años, “esto del duelo es mucho curro”. Llevaba razón.

Básicamente las tareas del duelo son cuatro. La primera es aceptar la realidad de la pérdida. Al principio vivimos la muerte con un sentimiento de irrealidad, pero luego hay que asumir que la muerte está ahí. Aceptar no significa que nos parezca bien. Significa que no podemos cambiar el hecho. La segunda tarea es permitir primero y elaborar después las emociones y el dolor de la pérdida. Esta tarea quizá es la más dura, porque hay mucha tristeza que procesar y es difícil de soportar. La tercera tarea supone adaptarse a una nueva vida sin la persona fallecida. Esta tarea toma tiempo, pero no admite trampas caritativas, como no volver a hacer alguna actividad o ir a un lugar especial porque allí la ausencia se hace muy presente. Y la cuarta y última tarea es la resolución del duelo: hay que encontrar un nuevo lugar para la persona fallecida. No será el olvido, pero tampoco puede ser la idealización. Implica elaborar vínculo diferente con quien ha muerto, un vínculo que nos permita recordarle con cariño y gratitud, pero continuar nuestra vida sin él o ella. Es casi la cuadratura de un círculo. Pero es posible.

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