Fútbol

La última invasión de Kiev

Final Champions League

Real Madrid vs Liverpool (20.45 horas)
Aficionados del Liverpool vitorean a su equipo en la terraza de un bar en la plaza del Maidan. EFE

En el corazón de Maidán, la espléndida plaza que recibe y bombea el pulso vital de todo Kiev, se yergue una arrogante columna que celebra la independencia siempre amenazada del país. Ucrania ha sido invadida tantas veces por imperios tan distintos que ha desarrollado un celoso instinto de soberanía. "Freedom is our religion", reza el gigantesco mural que cubre el edificio incendiado durante las protestas de 2014, brutalmente reprimidas por el gobierno títere de Putin. Hubo decenas de muertos. Los ucranianos adoran la libertad porque conocen demasiado bien la tiranía.

Hoy Maidán ha sido invadida de nuevo, en esta ocasión por el imperio del fútbol, que como sabemos es la continuación de la guerra por medios incruentos. Dos ejércitos de rancio abolengo, uno blanco y otro rojo, se disputan palmo a palmo la ciudad con la garganta pelada y las ilusiones vírgenes. Reconozcamos ya que en la calle intimidan más los ingleses: cantan más alto, beben más cerveza y adelantan la amenazante curva de su abdomen con mayor desinhibición; para su desdicha, sin embargo, la batalla no se libra en los pubs sino sobre el césped. Y ese es el territorio del rey de Europa.

A fuerza de temer a los rusos, los ucranianos son decididamente europeístas. Por eso, y a pesar de las críticas que le han llovido a la UEFA por llevar la final al extremo del mapa, a mí me parece un acierto moral: una forma de agradecer a Kiev su fervor en tiempos de desencanto euroescéptico. Que el Real Madrid, doce veces campeón de Europa, el club imperial por antonomasia, trate esta noche de extender su alucinante hegemonía en la capital de Ucrania depara un giro festivo de la Historia: "Ucranianos, ya solo os conquistarán a goles".

Se habla en los medios de euforia apenas contenida, de moral anticipada de victoria, pero en la expedición blanca yo no la advertí por ningún lado, a no ser que ver a Cristiano Ronaldo caminando en calcetines por el pasillo del avión envíe un mensaje de relajación excesiva. Pero también las fieras duermen la siesta al pie de un baobab y horas después están despedazando a una gacela en mitad de la sabana. En el Madrid se aprecia más bien un respeto profundo al Liverpool, no tanto por haber sido el verdugo de 1981 como por el pedigrí continental que los iguala, no en títulos pero sí en códigos. Y tienen a Klopp, a quien elogia la directiva del Madrid, aunque arrastre fama de abocar a los jugadores a un estado de militarización que los agota al cabo de dos años.

Dicen que el Liverpool es una guerrilla bien motivada, pero se enfrenta a las fuerzas especiales de la Copa de Europa. O, por pasar de la metáfora bélica a la erótica, seductores irresistibles en el arte de susurrar orejonas. ¿Cómo lo hacen?, se pregunta el enemigo. Sospecho que el secreto de este ciclo triunfal del Madrid radica en su rabioso presentismo, es decir, precisamente en olvidar todo lo que llevan ganado. Ganan porque compiten, y compiten porque cuando llega la hora de la verdad jamás se confían.

A esa falta de complacencia que los de Zidane se vigilan como si fuera colesterol ayuda el prestigio del rival. Ellos tuvieron a los Beatles, por ejemplo. Pero sobre todo tuvieron a Shankly, el Churchill de las citas de fútbol: "Ninguna enfermedad me hubiera mantenido alejado de este partido. Si hubiese estado muerto, habría hecho sacar la caja, ponerla en la grada y hacer un agujero en la tapa".

Ya se sabe: el fútbol es bastante más que una mera cuestión de vida o muerte.