Extraños en el tapete de Cornellà

El Barça superó el primer escollo de la Copa del Rey en un escenario muy distinto, por muchos motivos, a lo que están acostumbrados sus jugadores

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El Barça se jugó la clasificación en un escenario que se les hizo extraño: entre otras cosas, no había gradas tras las porterías

Pep Morata / Pep Morata

Para los futbolistas del Barça, jugar en el Nou Municipal de Cornellà fue como un regreso a los orígenes. A los campos en los que todos en su día l lamaron la atención de ojeadores de equipos grandes. Y algunos no hace tanto tiempo. Campos de césped sintético que hicieron que Koeman comentase en la previa que “eso no es fútbol”. Tal vez al entrenador del Barça cabría preguntarle cómo era, en su etapa de miembro del ‘Dream Team’, ir a jugar a Las Gaunas. Realmente, el Barça comenzó su camino copero en un campo que, si el Cornellà ascendiese, no podría utilizar en Segunda A, porque no reúne las condiciones. Bueno: es la Copa, un torneo distinto. Y, en cualquier caso, el ‘jardín’ de Cornellà no fue Alcoi.

Que Araujo fuese uno de los destacados de la noche (pese a alguna pérdida de balón peligrosa) no fue ninguna novedad. El central uruguayo ya está rindiendo a un gran nivel desde que se ha convertido en asiduo de las alineaciones por la lesión de Piqué. Y por el estado de semi-retirada de Umtiti, claro. Además, esta vez otro factor contribuyó a acrecentar la importancia de Araujo: es de los jugadores más familiarizados con el escenario del partido. Como Pedri, que hace dos temporadas jugaba en el juvenil del Las Palmas. Y hace tres, en el Juventud Laguna, en campos parecidos al del Cornellà. Tal vez peores. Y jugó como si tal cosa una prórroga vital para su equipo.

Araujo, como en casa

Araujo sí había jugado aquí. Lo hizo en el campo del Cornellà en la segunda vuelta de la Liga 2018-19, en Segunda B (2-2). También Riqui Puig. Y ambos volvieron a enfrentarse al Cornellà en el Estadi Johan Cruyff la pasada temporada (3-3). No hubo partido de segunda vuelta.

Sí lo ha habido esta temporada para el filial en el Nou Municipal de Cornellà. Y jugó Ilaix Moriba. Tanto el joven centrocampista como Araujo se sintieron a gusto en un escenario que para casi todos sus compañeros podía ser como jugar en Marte. No sólo por el césped artificial: ausencia de gradas en los goles y en la grada lateral; balones despejados que se iban a la calle (o al campo del Espanyol); rayas azules correspondientes a dos campos de fútbol-siete para el fútbol formativo; falta de espacio para tomar carrerilla en córners; el bar de los frankfurts, ahí mismo; y, sobre todo, las dimensiones: el terreno de juego era cinco metros más corto que el Camp Nou y tres más estrecho: 100 x 65 contra 105 x 68.

Todos los jugadores del Barça han comenzado en campos así. Cuanto menos, parecidos; algunos, incluso de tierra. Pero ya hace años de eso. Para algunos tal vez no tanto, pero cuando se cambia el bar de los frankfurts por los campos de elite, los inicios incómodos quedan atrás, muy atrás. Los que tenían más recientes experiencias como la de Cornellà eran Mingueza, valiente en el juego y autor del centro sobre Araujo que generó el penalti; Araujo, de los mejores; Ilaix, muy metido en el partido; y Riqui, curiosamente uno de los que no tuvo una noche cómoda.

Nada de todo eso explica que al Barça le costase tanto mostrarse superior al Cornellà. O que Braithwaite tirase fuera las dos, clarísimas, que tuvo. Ni que el conjunto azulgrana fallase dos penaltis: uno de Pjanic y otro de Dembélé, que después se desquitó con un golazo. Cuestión de brujería. O no.

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