Inestabilidad y disturbios

Nos estamos acostumbrando a la inestabilidad? En todo caso, es evidente que ya no es objeto de los mismos comentarios que hace unos días o unas semanas. Se diría que la paralización de la acción de gobierno, tanto en Catalunya como en toda España, causa menos preocupación que los bloqueos de carreteras o las ocupaciones de las vías de tren o de las autopistas, o de los incendios de contenedores. Esto que ahora se presenta por algunos como una prolongación natural del ejercicio de la libertad de manifestación y que se define como simples disturbios preocupa e inquieta más a muchos ciudadanos que los problemas que hacen difícil una acción de gobierno estable y estabilizadora.

Mucha gente cree que estos disturbios –como muchos medios los califican– no ­tienen importancia. Algunos líderes polí­ticos incluso deben tener prohibido cali­ficarlos de hechos violentos y, quizás por eso, no creen necesario condenarlos. Se limitan a decir que estos hechos no ayudan a la mejor comprensión internacional de la causa so­beranista, olvidando que todo aquello que no ayuda acostumbra a perjudicar. Y los dis­turbios perjudican, fuera y dentro de casa, en todos lados. Porque los disturbios responden más a propuestas ideológicas antisistema que a una reivindicación compartida por la sociedad catalana. Así –si alguien lo pre­tende–, no se amplía la base social; al con­trario: se adelgaza.

Con el grito y el fuego sólo lograremos incendiar más la situación y que no se oiga la voz del entendimiento

Banalizar la violencia de los disturbios o los disturbios violentos, como se quiera, puede ser un precedente muy peligroso. ¿Se está realmente defendiendo que la libertad de manifestación incorpora los disturbios como una consecuencia que va implícita? ¿Realmente se está diciendo esto? Esto es muy grave y perjudica a cualquier causa que se pretenda democrática. Y, aún más y peor, se estaría legitimando el mismo tipo de ejercicio en manifestaciones de signo contrario. Por aquí han empezado históricamente muchos dramas, y Catalunya siempre ha perdido.

Hay que poder conducir la atención y la preocupación hacia la superación de la ­presente inestabilidad. La interinidad se ­estira y no favorece la adopción de las me­didas imprescindibles para hacer frente a los retos que el momento presenta. Diálogo quiere decir gobierno; medidas de relan­zamiento económico quiere decir gobierno; luchar contra la desigualdad quiere decir ­gobierno. Y gobierno quiere decir basta de disturbios. Esta es una lección tan conocida que no debería explicarse demasiado, habría bastante con leer qué ha pasado y qué pasa en el mundo cuando la inestabilidad convive con crisis económicas, sociales y políticas. Nada ­bueno.

Quizás sería necesario o, en todo caso, conveniente que durante unos días la política no se agotara en declaraciones destinadas a alimentar la inestabilidad, sustituyendo palabras por hechos que actúen como puente entre unos y otros, para construir pragmáticamente un clima de respeto y tolerancia para las ideas de los demás. No es fácil; ni lo será. Pero con el grito y el fuego lo único que lograremos es incendiar más la situación y conseguir que el griterío no nos deje oír la voz del entendimiento.

Pero las recomendaciones, curiosamente, van en una línea muy contradictoria a la que se propone para la situación de aquí. Y lo que sí sabemos es que la inestabilidad cabalgando sobre el escenario de disturbios violentos no es la solución.

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